Una vibración aparece de la nada en mi mano. Es un hormigueo. Pero pronto se me comienza a entrecortar la respiración. En la piel de la cara siento como un peso, una presión, algo que cada vez va ganando más intensidad. El hígado. No sé porqué cuando me pongo a escribir sobre lo que me sucede es el primero en ser afectado. Y la espalda. A la altura justa del corazón. Una presión. Molesta. Justo aparece al echarle lo suficiente hacia delante. Todos signos que proviene de arriba. Que es vertical. Por la herida de la uña del pie parece un haz que genera un área de control dentro de la cual, algo más pequeño puede moverse, molestando, haciendo daño de un punto a otro. Las tecnologías avanzan muy rápido. Y puede que todo esto sea fruto de mi imaginación. Pero en mi cuerpo siento justo algo así, una presión que vibra, hormiguea. Y algo más que cae después, molestando, haciendo daño. Tengo los dos dedos índices de las manos que no los puedo cerrar desde hace días. Si estuviéramos en el 3025, parecería una señal pues son justo los dedos que se usan para apretar el gatillo. Y son los dos. Pero no puede ser, ¿verdad? Vivo todos los momentos del día con dolores «extraños». Esa presión que primero me despierta con su intensidad por las mañanas y luego se mueve de izquierda a derecha al segundo de haberlo hecho yo, como si fuese un teléfono móvil y buscase mis hertzios de una forma incansable. Lo más extraño de todo son esos ruidos justo arriba. Que del silencio más absoluto aparecen, se mueven en mi dirección. Llegan a mi posición. Y se silencian. Y así, todo el día, de forma incansable, a cada momento que esto sucede.
Deja una respuesta